1.
La señora Milagros estaba viviendo en esta casa desde hacía muchos, muchos años. Tantos años que nadie ni siquiera ella misma sabría decir cuantos. Seguramente se podrían contar, sabiendo cuantos años tenía la señora Milagros, pero eso era una cosa desconocida, porque ningún amigo o vecino suyo no recordaba cuando nació.
Ella misma, por supuesto, tampoco tenía el recuerdo del día de su propio nacimiento. Sin embargo, había una persona que hubiera podido procurar esta información, tan básica para cada ser humano, – su padre, pero este desapareció algún martes por la tarde, dejando como única pista sus calcetines rojos y gafas del sol, encima de un banco en el jardín del barrio. Esto siempre parecía muy misterioso a la señora Milagros, ya que su padre nunca se iba en ninguna parte sin estos famosos calcetines rojos. Aquel martes se grabo en la memoria de la señora Milagros, aunque no estaría capaz de decir que día o año era, pero en cambio cuantos grados había, a que hora volvió de trabajo el vecino en su coche de color amarillo llamativo y pegatinas diciendo “come frutas!”. Pues este martes se grabo en su memoria, porque el día de la desaparición misteriosa de su padre, apareció delante de su puerta un perrito amarillo y pequeño, que ella acogió entonces y le dio el nombre de Felix, que era el mismo nombre que él de su padre misteriosamente desaparecido......
2.
La sala estaba vacía, pero de fondo se podía escuchar las voces que venían de fuera. En medio, abandonado, lucía un pañuelo grande y rojo. Alguien lo habrá perdido saliendo con prisa del aula. ¿De quien sería este pañuelo? ¿De María, la niña de 8 años, que le encantaba correr todo el camino hacia la casa sin pensar en que tan poca atención podría acabar por un accidente o, al menos, un resfriado y dolor de la garganta? Ella misma solía llamarse “Velocidalia”, porque desde que había aprendido la palabra “veloz”, se quedó enganchada a este conjunto perfecto, según ella, de vocales y consonantes, y sin parar le encontraba las versiones y variaciones......
3.
Mirando por la ventana, Magdalena comía un yogurt con miel y galletas. Las galletas eran de chocolate, pero para Magdalena que tenía un gusto un poco distorsionado, según algunos, y refinado, según ella, sabían a fresas del bosque. Magdalena no estaba esperando nada muy concreto, excepto la llegada de Felix. Este nombre tan relacionado a la alegría no tenía mucho que ver con la propietaria, que nunca podía perdonar a su padre de haberle dado este nombre, tan obvio, plano y de cinco letras. Además, más masculino, más bien. Felix llegaría dentro de unos minutos con su chaqueta azul y llena de odio tanto para su nombre como para su padre, que, sin embargo, era un hombre simpático, y por desgracia de Felix, feliz. Parece que esta felicidad era una cosa de familia, ya que parecía que el padre del primo del padre de la mujer de su abuelo y por otro lado el hermano de la madre del cuñado del padre de la prima de su abuela también tenían este nombre y lo iban pasando a la segunda hija nacida en la familia, a no ser que habían nacido solo los niños, entonces el nombre recibía el tercero, y en caso en que no habían tantos, le daban el nombre al primero, pero como segundo nombre con el derecho de escoger más tarde cual era el que utilizaría los miércoles, viernes y domingo y cual los otros días de la semana y en una gran parte de los papeles oficiales. Así que Felix no era feliz, pero como se puede deducir, era la segunda hija de la familia nacida solo 3 minutos antes de su hermana pequeña, que como se puede deducir, ya no llevaba el mismo nombre…
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